martes, 11 de enero de 2011

EL TESTIMONIO DE LA CRUZ

“Oh Cruz, con nuestra sangre, por ti nos sacrificamos”. Era la exclamación de los cristianos masacrados en la Iglesia de Los Dos Santos en Alejandría. La Cruz justo ahora que ha nacido el Niño Dios está allí junto a los coptos de Egipto en ella se sostienen, a ella han ofrecido su sangre. Fue también la sangre de los mártires cristianos la que se vertía el domingo treinta y uno de octubre en la Iglesia de Nuestra Señora de la Salvación en Bagdad, un comando terrorista islámico irrumpió durante la misa para asesinar a los sacerdotes, a los fieles, familias enteras, hombres, mujeres y niños, todos indefensos, todos inocentes. Quedan las cifras, pretendemos utilizándolas acotar el horror, quizás para limitar el estremecimiento que nos alcanza: veintitantos muertos en Alejandría, más de sesenta en Bagdad, los heridos se cuentan por centenares. Y la última noche del año en Bagdad los islamistas atacan con bombas, con granadas de mano las casas de los cristianos, reunidas las familias para celebración de nochevieja, las fuentes oficiales reconocen dos muertos y decenas de heridos.
Las naciones cristianas más antiguas, coptos de Egipto, melquitas del Líbano, ortodoxos y católicos de Tierra Santa, nestorianos y caldeos de Iraq, cristianos en Siria y Turquía, padecen desde hace siglos y siglos el yugo implacable y feroz del Islam. Allí donde los musulmanes mandan los cristianos sufren marginación, injusticia, persecución, en ocasiones el exterminio. Para el Islam el cristiano no debería existir, es tolerado a duras penas y paga su existencia con el ultraje que le impide rezar en público, elevar iglesias, explicar la fe de la Iglesia, vivir según sus costumbres, debe ser casi invisible ante a la omnipresencia asfixiante en todos los ordenes de la vida de la religión de Mahoma.
Mientras los cristianos de Oriente padecen la opresión musulmana, indiferente Occidente bosteza de tanta riqueza, de materialismo, de impiedad y de cobardía. En el Evangelio de San Juan dice Jesús a los suyos: “El mundo a mi me odia, porque yo testifico acerca de él: que sus obras son malas”. Lo cristianos sometidos al Islam dan testimonio de la Cruz frente a ese mundo que los injuria y los persigue. Benditos sean.
Manuel Aldana